El solitario y desamparado campanario del viejo Fayón todavía asoma entre las aguas del embalse de Ribarroja. Es el único vestigio visible de una localidad que murió con la construcción de este pantano situado en el límite entre Aragón y Cataluña allá por otoño de 1967. Desde entonces, tan solo los enormes siluros y demás peces acuden a misa de domingo… Afortunadamente, los vecinos pudieron trasladarse a un nuevo Fayón a escasos kilómetros de la zona antes de que las aguas destruyeran por completo “el primer capítulo” de este municipio zaragozano.
No obstante, las formas con las que los últimos habitantes se vieron obligados a abandonar sus tierras no fueron, ni mucho menos, las más correctas. La Guardia Civil los sacó a punta de pistola, sin ningún tipo de reparo ni ápices de remordimiento. “Recojan documentos y dinero, salgan y suban arriba”. Estas fueron las palabras de las autoridades aquel fatídico y lluvioso 20 de noviembre del año 67 para sorpresa de un vecindario que nada pudo hacer. A partir de aquí, llegó la dinamitación de las casas, incluso de algunas en las que todavía quedaban enseres y pertenencias de las familias. De repente, las vidas y sueños de los residentes en este enclave de la comarca del Bajo Aragón-Caspe se tornaron en una terrible pesadilla.
Y es que el pueblo llegó a contar en su momento con un total de 1.800 personas entre lugareños y trabajadores externos. Se trataba de un lugar próspero y alegre con una notable actividad económica. Era muy habitual ver diferentes embarcaciones surcar el Ebro cargadas de lignito procedente de Mequinenza, Almatret (Lérida) y el propio Fayón.
Pero la Empresa Nacional Hidroeléctrica del Ribagorzana (Enher) había dado la orden de embalsar desde hace meses, lo que se traduciría en una sentencia final para un emplazamiento que pronto iba a anegarse bajo las aguas del pantano. “Por desgracia, los peces grandes siempre se comen a los pequeños”, expresa apenada Pepita García (Fayón, 72 años), cuya familia poseía la Sociedad Recreativa y Cultural Fayonense. Todavía continúa en su mente el ruido ensordecedor de las explosiones que dejaron en ruinas el municipio para que fuera desfalleciendo con el paso de las horas…
Alternativa económica
“Fue muy dramático dejarlo todo. Teníamos una población bonita, con mucha vida y encanto. Nos fuimos a otro lugar sin terminar. Yo tenía 19 años por aquel entonces y me afectó menos, pero para la gente mayor resultó una agonía”, relata Rosa Vallés (Fayón, 73 años). “La experiencia de la despedida del pueblo fue fatal”, recuerda. Ante este panorama, hubo varias personas que aceptaron las 50.000 pesetas que les ofrecían a título individual por sus tierras y viviendas, mientras que cerca de 500 decidieron aferrarse a la localidad de su vida. De hecho, uno de los alcaldes por aquel entonces declaró, según Rosa, que “por 50.000 pesetas en Fayón no quedarían ni las ratas”. Los vecinos se quedaron desprotegidos y sin apenas apoyos para intentar oponer resistencia al desmantelamiento.
Precisamente este motivo económico desencadenó que surgieran roces y disputas entre los fayonenses, entre aquellos que vieron con buenos ojos recibir dicha cantidad a cambio de abandonar sus recuerdos y otros que solo pensaban en agarrarse con uñas y dientes a lo que siempre había sido suyo. A esto hay que sumar el posterior sorteo de las casas, con distintos tamaños y superficies, que se realizó en función de las circunstancias agrícolas y familiares. Por suerte, con el paso del tiempo la situación de confrontación se fue suavizando porque los implicados cayeron en la cuenta de que era en realidad la Enher quienes los enfrentaba.
A pesar de que la expulsión se produjo en noviembre, la propia Rosa explica que durante el mes de septiembre el agua ya entraba en el pueblo y llegaba a las paredes de algunos hogares, sobre todo a los que estaban más próximos al río. “Todavía guardo una foto de mi madre lavando en la calle con el agua sobrepasándole los pies”, puntualiza. El día que obligaron a los vecinos a marcharse de sus viviendas fue un descontrol. “Llovía a cántaros y era muy difícil avanzar cargados entre tanta lluvia para poder subir al nuevo Fayón. Llevábamos en brazos a un bebé de seis meses con 40 de fiebre. Nuestra situación no les importaba nada en absoluto”, rememora.
Por su parte, Javier Recha (Fayón, 66 años) apunta que la gente ya sabía que debía abandonar sus casas, pero las autoridades no avisaron del momento en el que cerraron la presa de Ribarroja y abrieron la de Mequinenza para que se empezara a embalsar agua. “Nosotros ya estábamos en el pueblo nuevo desde el 31 de octubre, pero muchos otros incluso tuvieron que salir de allí con barcas y perdieron cosas personales”, aclara. En este sentido, entiende que la obra tenía que realizarse al tratarse de un bien nacional, pero considera que todo podría haberse llevado a cabo de buena fe y de mejores maneras. Además, el levantamiento de Ribarroja dejó un tanto encajonada a la propia localidad fayonense e incomunicada respecto a diferentes municipios cercanos tanto de Aragón como de Cataluña.
Pepita, consciente de la escasez de agua, también comprende ahora la necesidad de construir pantanos, pero le indignan las formas de avasallar a las personas, independientemente del color político. Y es que cuando sus padres y ella subieron al nuevo Fayón, tuvieron que acomodarse en casa de una de sus tías porque llegaron sin absolutamente nada. “La nueva vivienda estaba prácticamente acabada, pero todavía la estábamos acondicionando, puesto que no nos habían dado la orden para ocuparla. Fue todo muy precipitado”
Fayón en la actualidad
Actualmente, el objetivo que persiguen todos ellos es luchar contra la despoblación y hacer del nuevo Fayón un lugar próspero como el de antaño. Desde el Ayuntamiento llevan tiempo desarrollando un notable trabajo para promocionar la localidad, y a día de hoy el censo habitual se cifra en torno a los 460 habitantes. En este sentido, hay que reconocer que el embalse de Ribarroja se erige como un elemento fundamental, ya que permite el fomento de múltiples actividades acuáticas, además de que se han llevado a cabo concursos internacionales de pesca.
Mientras que Recha confía en el impulso del trabajo y la llegada y el asiento de los jóvenes en la zona, que “parecen cada vez más interesados por diferentes labores agrícolas y ganaderas”, Vallés destaca que, pese a la progresiva creación de empleo y de que el municipio viene funcionando desde hace unos 25 años, “no puede compararse con la situación del antiguo pueblo”.
Aún con todo, Fayón vuelve a sonreír paulatinamente en su “segundo capítulo” vital. A pesar de que aquel aciago otoño de 1967 todavía resuena en la cabeza de muchos porque “no se trata de algo que pueda borrarse al completo”, la colaboración conjunta entre vecinos y Consistorio ha sido y continúa siendo crucial para la revitalización de este emplazamiento dentro del Bajo Aragón-Caspe. De ahora en adelante, el reto principal pasa por que Gobierno Central y administraciones pongan todos los medios disponibles para combatir la despoblación y evitar así la desaparición de lo que debería considerarse la verdadera esencia de cualquier región: el encanto intrínseco y natural de los pequeños pueblos que siguen resistiendo al inexorable paso del tiempo.
FUENTE: aragondigital.es
NUEVO FAYÓN
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