Cuenta con 3313 habitantes (1917) y tiene una extensión de 121,20 Km2. Comprende la entidad de población de La Vega.
Torre de la iglesia de Santa Mª la Mayor
La Iglesia parroquial, dedicada a la Virgen de la Asunción, fue construida en varias fases, comenzando a edificarse a finales del siglo XIV.
Pero su actual fábrica es obra, fundamentalmente, de la ampliación que se inició en 1688. Es un edificio de tres naves con capillas laterales y cabecera recta. El presbiterio, configurado como prolongación de la nave central, está cubierto con bóveda estrellada. Al exterior, la portada se sitúa a los pies del templo; es barroca y probablemente es obra de canteros franceses.11. Por desgracia, el retablo original, obra del afamado escultor Damián Forment, fue destruido y quemado en los tumultos de la Guerra Civil, al igual que el resto de iglesias y ermitas. Sobresale la monumentalidad de su torre campanario —del siglo XVIII—, de reminiscencias mudéjares. El conjunto fue declarado Bien de Interés Cultural en 2002.
Jardín de rocas «Geólogo Juan Paricio»
Estación de tren (abandonada)
Se trata de un edificio de planta rectangular y dos alturas construido en piedra y con vigas de hierro para soportar la techumbre, hoy completamente derruida. En el interior de la estación, pese a su estado de abandono, todavía podemos adivinar lo que debía ser la sala de espera y la ventanilla donde debían venderse los billetes.
Alrededor encontramos varios edificios de servicio en el mismo estado de abandono y ruina que el principal.
Las obras de este ferrocarril se iniciaron en 1927, aunque ya se anunciaron un año antes con un proyecto que contemplaba 275 kilómetros. Este tramo pasaba por las localidades de Tortajada, Villalba Baja, Cuevas Labradas, Peralejos, Alfambra, Perales del Alfambra, Orrios, Fuentes Calientes, Cañada Vellida, Mezquita de Jarque, Valdeconejos, Escucha, Palomar de Arroyos, Cstel de Cabra, Cañizar del Olivar, Gargallo, Los Olmos, La Mata de los Olmos, Alcorisa, Foz Calanda, Calanda, Castelserás y Alcañiz. El ingeniero encargado de la obra fue Bartolomé Esteban.
El primer parón de las obras se produjo en 1930, después, los trabajos se reiniciaron y estuvieron activos hasta 1932, momento en que se produjo la segunda interrupción que no fue la definitiva y que permitió mantener la esperanza a los más de 2.000 trabajadores que estaban empleados en los distintos trazados que se habían iniciado por todo el trayecto. La parada definitiva llegó en 1935 y las causas, según ha comentado Serafín Aldecoa, fueron varias, “por un lado, la falta de recursos económicos de la empresa encargada de la obra, con las posibles irregularidades en las cuentas, que no se investigaron por la llegada de la Guerra Civil, que fue otro de los obstáculos que impidieron que esta infraestructura se construyera y, finalmente, el desinterés político y la escasa rentabilidad que se preveía para este trayecto que iba a acoger, en principio y mayoritariamente, el tráfico de mercancías”.
Cientos de asalariados que poblaban distintas localidades de la zona y de personas que habían inmigrado hasta estas tierras para trabajar en la construcción del ferrocarril se quedaron sin trabajo, Aldecoa ha afirmado que “muchos de ellos pasaron hambre y por periodos de miseria que se sumaban a las duras condiciones de trabajo que tuvieron que afrontar en los periodos de trabajo”. Entre estas dificultades que estos empleados pasaron, el historiador experto en sindicalismo en la Segunda República ha explicado que “se incumplía la jornada laboral de ocho horas; en 1931 echaron a la calle a más de 360 obreros y el sueldo era de 0.5 pesetas la hora”.
El paso de la Guerra Civil dejó tras de sí un rastro amargo para la zona, que veía rotas sus esperanzas. Edificios a mitad de construir o casi en ruinas, puentes construidos, caminos allanados, pero sin traviesas, ni raíles. Vestigios de lo que pudo haber sido y, que todavía hoy luchan por no caer al suelo, ni en el olvido.
Ana María Torres Villamón (Aragondigital)
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