viernes, 4 de octubre de 2019

Alcorisa (Teruel) Aragón

Vista panorámica

Cuenta con 3313 habitantes (1917) y tiene una extensión de 121,20 Km2. Comprende la entidad de población de La Vega.


Torre de la iglesia de Santa Mª la Mayor

La Iglesia parroquial, dedicada a la Virgen de la Asunción, fue construida en varias fases, comenzando a edificarse a finales del siglo XIV.

Pero su actual fábrica es obra, fundamentalmente, de la ampliación que se inició en 1688. Es un edificio de tres naves con capillas laterales y cabecera recta. El presbiterio, configurado como prolongación de la nave central, está cubierto con bóveda estrellada. Al exterior, la portada se sitúa a los pies del templo; es barroca y probablemente es obra de canteros franceses.11​. Por desgracia, el retablo original, obra del afamado escultor Damián Forment, fue destruido y quemado en los tumultos de la Guerra Civil, al igual que el resto de iglesias y ermitas. Sobresale la monumentalidad de su torre campanario —del siglo XVIII—, de reminiscencias mudéjares. El conjunto fue declarado Bien de Interés Cultural en 2002.


 Jardín de rocas «Geólogo Juan Paricio» 







Plaza los arcos

Ayuntamiento





Estación de tren (abandonada)


Se trata de un edificio de planta rectangular y dos alturas construido en piedra y con vigas de hierro para soportar la techumbre, hoy completamente derruida. En el interior de la estación, pese a su estado de abandono, todavía podemos adivinar lo que debía ser la sala de espera y la ventanilla donde debían venderse los billetes.

Alrededor encontramos varios edificios de servicio en el mismo estado de abandono y ruina que el principal.

Las obras de este ferrocarril se iniciaron en 1927, aunque ya se anunciaron un año antes con un proyecto que contemplaba 275 kilómetros. Este tramo pasaba por las localidades de Tortajada, Villalba Baja, Cuevas Labradas, Peralejos, Alfambra, Perales del Alfambra, Orrios, Fuentes Calientes, Cañada Vellida, Mezquita de Jarque, Valdeconejos, Escucha, Palomar de Arroyos, Cstel de Cabra, Cañizar del Olivar, Gargallo, Los Olmos, La Mata de los Olmos, Alcorisa, Foz Calanda, Calanda, Castelserás y Alcañiz. El ingeniero encargado de la obra fue Bartolomé Esteban.

El primer parón de las obras se produjo en 1930, después, los trabajos se reiniciaron y estuvieron activos hasta 1932, momento en que se produjo la segunda interrupción que no fue la definitiva y que permitió mantener la esperanza a los más de 2.000 trabajadores que estaban empleados en los distintos trazados que se habían iniciado por todo el trayecto. La parada definitiva llegó en 1935 y las causas, según ha comentado Serafín Aldecoa, fueron varias, “por un lado, la falta de recursos económicos de la empresa encargada de la obra, con las posibles irregularidades en las cuentas, que no se investigaron por la llegada de la Guerra Civil, que fue otro de los obstáculos que impidieron que esta infraestructura se construyera y, finalmente, el desinterés político y la escasa rentabilidad que se preveía para este trayecto que iba a acoger, en principio y mayoritariamente, el tráfico de mercancías”.

Cientos de asalariados que poblaban distintas localidades de la zona y de personas que habían inmigrado hasta estas tierras para trabajar en la construcción del ferrocarril se quedaron sin trabajo, Aldecoa ha afirmado que “muchos de ellos pasaron hambre y por periodos de miseria que se sumaban a las duras condiciones de trabajo que tuvieron que afrontar en los periodos de trabajo”. Entre estas dificultades que estos empleados pasaron, el historiador experto en sindicalismo en la Segunda República ha explicado que “se incumplía la jornada laboral de ocho horas; en 1931 echaron a la calle a más de 360 obreros y el sueldo era de 0.5 pesetas la hora”.

El paso de la Guerra Civil dejó tras de sí un rastro amargo para la zona, que veía rotas sus esperanzas. Edificios a mitad de construir o casi en ruinas, puentes construidos, caminos allanados, pero sin traviesas, ni raíles. Vestigios de lo que pudo haber sido y, que todavía hoy luchan por no caer al suelo, ni en el olvido.

Ana María Torres Villamón (Aragondigital)



Escudo cuadrilongo de base redondeada, cuartelado, primero, de plata, un castillo al natural, mazonado de sable y aclarado en plata; segundo, de plata, un corazón de gules alado en plata; tercero, el Señal Real; cuarto de azur, una flor de lis de oro. Timbrado de corona real abierta. 
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El poblamiento conocido más antiguo en esta localidad se remonta hasta el Neolítico final o Eneolítico, habiéndose encontrado algunos talleres de sílex como los de Estancos y Cabezo de la Vega. No obstante, el poblamiento más abundante tuvo lugar en época ibérica —cuando esta región estaba habitada por los sedetanos— como lo demuestran el gran número de emplazamientos, destacando entre todos ellos el del Cabezo de La Guardia. De la época romana también hay importantes yacimientos, como el existente al pie del mismo Cabezo de La Guardia.

Durante el dominio musulmán, Alcorisa formó parte de la Marca Superior Musulmana, con centro en Zaragoza. Originalmente el municipio recibió el nombre de Alkol, del árabe Al-Kura, en referencia a «las alquerías». No está tan claro el origen de su actual topónimo, Alcorisa, aunque parece derivar de «alcor», en alusión a los numerosos cerros de la zona. Tras la reconquista, la localidad formó parte de una donación que hizo Alfonso II a la Orden de Calatrava (1179) y estaba incluida, en 1263, en el distrito de Alcañiz.

En la Edad Moderna dos fechas marcan la historia de Alcorisa: el 14 de marzo de 1601, cuando Felipe III concede a la aldea de Alcorisa el título de «Villa Real», y el 23 de mayo de 1738, al otorgarle Felipe V el título de «Fiel y Muy Ilustre», junto con la flor de lis, símbolo que ocupa uno de los cuarteles de su actual escudo. Esta última concesión premió la adhesión de Alcorisa a la causa borbónica durante la Guerra de Sucesión. Dicho apoyo estuvo dirigido por Don Pedro Cebrián Ballester, conocido como «El reyecico de Aragón», que organizó fuerzas populares para la lucha a favor de Felipe V.


El historiador Pascual Madoz quien, en 1845, refirió cómo Alcorisa contaba con 5 calles, 3 travesías y 5 plazas, todas espaciosas y bien empedradas.
El siglo XVIII trajo consigo una etapa de prosperidad para la villa, como atestigua una importante actividad alfarera y un aumento de la población. No obstante, las Guerras Carlistas produjeron grandes estragos en la localidad. En mayo de 1834, partidarios de Carlos María Isidro de Borbón al mando de Quílez no pudieron penetrar en Alcorisa sino a costa de un considerable número de bajas; atacada nuevamente el 29 de junio de 1836, la población opuso tan tenaz resistencia, que no consiguieron rendirla, pero habiéndola incendiado, más de 300 casas fueron quemadas, y muchas entregadas al robo y al pillaje. Años más tarde, Pascual Madoz, en su Diccionario geográfico-estadístico-histórico de España de 1845, describe a Alcorisa «en un llano al pie de dos enormes masas de piedra de almendrilla... Cuenta 400 casas de mediana elevación y poco gusto en su arquitectura, de las cuales están arruinadas por efecto de la guerra civil cerca de 120... No obstante lo dicho, forman una vistosa población».

Durante la Guerra Civil Española, los alcorisanos sufrieron el efecto de dos represiones: mientras que al inicio de la guerra, milicias antifascistas libertarias se cobraron la vida de 78 personas tenidas como afectas al «bando nacional», la posterior ocupación franquista de la población (17 de marzo de 1938) conllevó una represión de signo opuesto encabezada por el jefe de la Falange local.

A lo largo del siglo XX, Alcorisa se convierte en un punto de comunicación que enlaza el Bajo Aragón con el sur de la provincia de Teruel. Las posibilidades económicas derivadas de la minería en la comarca, convirtieron al municipio en un centro de servicios, lo que propició la transformación sustancial de la economía e impulsó el incremento demográfico.

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